Reclutando Fracasos: Cuando el rejuego político pesa más que el pueblo

Imaginen que contratan a un actor para protagonizar una obra de teatro, pero resulta que olvida el guion, el público lo abuchea y, al día siguiente, lo recontratan para dirigir la misma obra. Suena absurdo, ¿verdad? Pues en Coahuila, esto no es ficción: es la realidad de una clase política que insiste en reciclar líderes rechazados por la ciudadanía, como si el “no” de las urnas fuera un simple trámite. Y el caso más reciente, Norma Treviño, exalcaldesa de Piedras Negras, es el ejemplo perfecto de este circuito cerrado donde los derrotados no se van… solo cambian de silla.

Norma Treviño y el manual del priista desahuciado: “Si pierdes, aquí te esperamos”

Tras una gestión opaca en Piedras Negras —marcada más por ocurrencias que por resultados—, Treviño fue despedida simbólicamente por los ciudadanos en las urnas. Pero en Coahuila, la derrota electoral no es el fin. Es, más bien, un boleto de entrada a otro cargo público. Así, mientras los contribuyentes siguen pagando impuestos para mantener servicios que no mejoran, Treviño y otros exalcaldes priistas caen en la ubre del erario como si fueran empleados vitalicios. ¿La lógica? “El Pueblo pone y el Pueblo quita, pero en Coahuila, el priista se desquita”.

El arte de inventar puestos (y justificarlos con creatividad)

No hay derrota que no se pueda maquillar con un puesto nuevo. Y si no existe la vacante, se inventa. Así opera el gobernador Manolo Jiménez, quien ha convertido la administración estatal en un refugio VIP para exfuncionarios cuya única habilidad comprobable es… seguir siendo priistas. Treviño, por ejemplo, no tuvo que presentar un plan de trabajo ni demostrar competencia para su nuevo rol. Basta con ser parte del club y haber acumulado suficientes favores políticos. Mientras tanto, el ciudadano promedio —que sí rinde cuentas en su empleo— observa con frustración cómo su esfuerzo fiscal se convierte en el sueldo de quienes ya le fallaron.

¿Y la salud de la democracia? En terapia intensiva

El mensaje que envía este rejuego es claro: aquí, la voluntad popular es negociable. Cuando un gobernante es rechazado, no se reflexiona sobre sus errores; se le premia con otro espacio en la nómina. Es como si un médico que maltrata a sus pacientes fuera transferido a otro hospital… para seguir ejerciendo. Y así, la confianza en las instituciones se desgasta. ¿Para qué votar si, al final, los mismos nombres rotarán eternamente entre puestos? La democracia se reduce a un teatro donde el pueblo aplaude o silba, pero el elenco nunca cambia.

No es solo Treviño: Es un sistema que perpetúa la mediocridad

Coahuila parece anclado en los años 80, cuando el PRI era dueño absoluto del tablero político. Hoy, aunque el partido ya no tiene el monopolio, sigue operando con la misma lógica de recompensas por lealtad. Los exalcaldes derrotados no son excepción: son síntoma de una maquinaria que prioriza el control interno sobre el bien común. Y aunque Treviño sea el nombre de hoy, la lista es larga: son décadas de funcionarios que pasan de alcaldías fracasadas a direcciones estatales, comisiones fantasmas o cargos con nombres tan rimbombantes como vacíos de propósito.

La salida: Romper el ciclo (o al menos intentarlo)

La solución no es sencilla, pero tampoco imposible. Primero, exigir que cada nombramiento público esté respaldado por perfiles técnicos, no por carnets partidistas. Segundo, auditar y eliminar los puestos de relleno creados para acomodar a los derrotados. Y tercero, recordarles a los gobernantes que su empleador no es el partido, sino la ciudadanía. Si un funcionario fracasa en un cargo, ¿por qué darle otro? Sería como pedirle a un electricista que quemó una casa que ahora diseñe el sistema de tuberías.

En conclusión: Menos jobs for the boys, más respeto al votante

Piedras Negras —y Coahuila en general— merece líderes que lleguen por capacidad, no por compromisos entre camarillas. Norma Treviño puede ser el nombre del momento, pero el problema es sistémico. Mientras sigamos permitiendo que la política sea un juego de sillas musicales con nuestros impuestos, seguiremos viendo cómo los mismos actores repiten los mismos errores… pero en distintos escenarios.

Y aunque el humor ayuda a soportar el absurdo, no olvidemos que cada puesto inventado, cada sueldo injustificado y cada exalcalde reciclado son golpes a la credibilidad de la democracia. La próxima vez que veamos un bache sin reparar o una escuela abandonada, recordemos: quizá el dinero para solucionarlo ya se gastó en mantener a alguien que debería estar fuera del sistema.

¿Hasta cuándo? La respuesta, como siempre, depende de cuánto estemos dispuestos a exigir. Porque, al final, la ubre del erario no es infinita… y la paciencia de la gente, tampoco.

Para que la política deje de ser un refugio de ineptos y se convierta en un espacio de soluciones.

1